jueves, 16 de abril de 2015

Un verano la radio y su sintonía.


(autobiográfico)

Fue un verano, atropellado y minucioso que nos embriagó la vida. Fuiste mi pecado donde yo embellecía.
Tu ternura y el buscar mis recovecos me enamoraron, me diste existencia y yo sucumbía.
Encontramos juntos la isla. Allí conocí las casuarinas, bellos árboles que custodiaban al rio y sus sombras convertían al día en un estar paradisiaco.
Me conecté con el cosmos, me llene de energía. Mis libros no bastaban porque yo quería sentir.
Y en esa búsqueda en mi interior, en lo más profundo, emergían los impulsos de crecer.
Apareció entonces el Reiki, como una oleada de esperanzas y esperé, no sé cuánto, pero esperé
La señal. Pero no llegó para mí.
Estaba la radio, una hora por día, mi alma se conectaba con el éter, reflexiones de la Escuela de Pichón Riviere, y todo lo acumulado. Así nació el programa, El Sueño de los Otros.
Mitos y leyendas se ajustaron a los ejemplos del cotidiano vivir.
La música celta acompañaba de cortina mientras las palabras surgían.
Creí que nadie escuchaba.
Una noche en la radio, donde también acudía a leer mis poemas, una persona reconoció mi voz,
Llamó y dejó su mensaje, diecisiete abuelos esperaban junto a la radio el programa.
Un masaje al ego, reconfortante, un premio.
El Sueño de los otros, fue un trabajo que no pude leer en la escuela de Psicología Social.
En la radio tenía una direccionalidad. Era para aquellas personas que seguían el patrón del imaginario social, vigente aún, aunque ya hay muchos que rompieron el viejo paradigma, y ese patrón, incluía ser un niño sin rebeldías, ir al colegio prolijo, adolescente sin contradicciones,
Lograr una carrera, un buen trabajo, casarse, tener hijos. Llegando los treinta años.
Ya cumplió pero en su corazón, el vacio y la insatisfacción.
¿Qué es lo que verdaderamente quiero, qué es lo que espero de la vida, ya todo está hecho?
No nos enseñaron la libertad de elección. Los tiempos eran apresurados, los días completos
Todas las actividades cumplidas. ¿para qué?
Hoy para mí, representó adormecer lo que está dentro del Ser.
El programa duró cinco años, y en las mañanas me preguntaba ¿vale la pena? No era fácil, no improvisaba, me sentaba en la computadora, algún texto como movilizador, y desarrollarlo.
Eran cuatro bloques en el espacio, cinco minutos de música entre cada uno y una reflexión final.
Lo medular del programa era el “ nosotros” si lo construímos, cómo lo hacemos, la aceptación
Sobre todo, los falsos prejuicios. En ese espacio, se desmenuzaba la palabra, la interacción familiar.
El “nosotros” es empezar con el otro, que es mi espejo.
Aprendí que si algo me molesta del otro tengo que pensar por qué? En realidad es algo de uno mismo que está molestando, una resonancia interna, por eso el espejo.
Empezar haciéndonos las verdaderas preguntas.
Como dijo el rabino
Si no es hoy ¿Cuándo? Si no soy yo ¿quién?
Y el romance del verano, acompañó mi travesía y finalizó con él. Se fue al lugar de donde no se vuelve. Quedó su huella en una melancolía rancia, segándome, apagándome por largo tiempo.
Conté en la radio un film, El país de la Alegría; se desarrolla en Calcuta, mucho aprendimos de esa
Cultura sobre todo la hermosura del nosotros.
Al final dice “LO QUE NO SE COMPARTE, SE PIERDE”.


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